domingo, 27 de febrero de 2011

Análisis y Propuesta.


Construir la nueva política.

Esta primera aproximación procura introducir elementos de análisis que permitan una aproximación al debate necesario en nuestras fuerzas para abrir nuevos rumbos en la política. Esto es: reflexionar sobre nuestra realidad, comprender las causas y factores que intervienen en los procesos y poder avanzar dialécticamente (la realidad no funciona linealmente) mediante sucesivas etapas de acumulación.
Concretar nuestras esperanzas, nuestras expectativas y nuestras decisiones, exige también diseñar nuevas estrategias, andar nuevos caminos.

No nos resignamos.

Partimos de una premisa básica que nos enseñó la llamada teoría crítica: “Lo que existe, no agota las posibilidades de lo que puede existir”
Y estamos convencidos de esa posibilidad, aunque lo que existe es decididamente cruel e invasivo para inmensos sectores de la población. Una realidad cambiante, acelerada y especialmente manipulada por la dictadura del poder económico cuyas herramientas privilegiadas se dirigen a disciplinar la política, los medios de comunicación -formadores de opinión pública- y las formas de producción y consumo. Construyen un mundo de vorágine individualista y consumista para sectores privilegiados que impulsan, a sabiendas o no, la contaminación, la depredación sin fin y la feroz polución que ha llevado al planeta al borde de su subsistencia.
Una situación límite para todos (los problemas ambientales no dejan a nadie afuera), pero particularmente adversa para los más vulnerables.
Venimos a desafiar una política sustentada en la connivencia Estado/ mercado, afianzada por el neoliberalismo / neoconservador que hoy, desacreditado y cuestionado por sus ruinosos resultados sociales, sigue consolidándose aunque carezca de discurso validante. Desde luego para los grupos económicos no fracasó, les ha permitido una acumulación sin parangón, suficiente para continuar operando en sus propias crisis, reciclarse, recomponerse y volver a la carga con nuevas herramientas de dominación, ahora bajo la fachada del nuevo “desarrollo”, destructor de nuestras formas de vida y saqueador de nuestros territorios y bienes naturales y sociales. Un desarrollo que en décadas pasadas se traducía como industrial / productivista y hoy es asimilado al crecimiento económico cortoplacista, sostenido en el extractivismo neocolonial, mayormente trasnacionalizado, presentado como “la oportunidad” y alentado por el discurso de “la responsabilidad social empresaria”, “el desarrollo sustentable”, “las inversiones productivas” y la “gobernanza”. Desarrollo y crecimiento para los grupos económicos que exigen además la “seguridad jurídica” que supone sostener a perpetuidad “sus privilegios”, aún en medio del retroceso escandaloso de los derechos de los trabajadores y de la soberanía nacional.
Una prédica que se completa con la promesa de trabajo y progreso dirigida a comunidades desprotegidas, que vienen de años de carencias de todo tipo, a quienes el Estado ha dejado de incluir en la producción, en el desarrollo, en un piso de dignidad. Solo reciben espasmódicamente algún subsidio anclado en la dependencia. Una sociedad desarticulada, empobrecida y desatendida, termina siendo presa fácil de la promesa laboral. Promesas que se acompañan con un nutrido y sórdido paquete de cooptación destinado a funcionarios y comunidades que no deja nada librado al azar y apela intencionadamente a la invasión cultural, la limosna, la “obra benéfica” o el soborno, según las circunstancias. Un modelo promovido, apoyado desde los organismos de crédito internacional, la OMC y las múltiples caras de las organizaciones supranacionales.
Es decir: nos movemos en un escenario efímero y cambiante, cuya gravedad no negamos ni desconocemos salvo que procuramos dar un paso absolutamente imprescindible en nuestra formación que consiste en no confundir la acumulación de análisis reiterados con la convicción de que hemos caído en un callejón sin salida.
Una pluralidad incluyente y alternativa al bipartidismo que no enfatice las diferencias
Porque estamos convencidos de que hay alternativas justas, éticas e incluyentes, queremos ser parte en la construcción de esas posibilidades. Ser parte, es aceptar racional y humildemente la necesidad de convocar amplia y generosamente a una pluralidad que, incluyéndonos, nos excede. Una fuerza que queremos apoyar y ayudar a coligar generando los espacios de reflexión, formación y debate hacia la construcción de los consensos que nos permitan avanzar con pasos tan largos como den nuestras piernas.
Se construye aprendiendo a respetar las realidades identitarias y organizacionales de nuestros compañeros de ruta. Respetar no significa renunciar al esfuerzo de alcanzar nuevas identidades colectivas y proyectos compartidos, es aceptar que hay pensamiento alternativo y que lo importante es construir nuevos conocimientos y saberes, aprendiendo a mirar nuevos sujetos y objetos, volver a mirar lo ya mirado, mirarlo desde otro lugar, con otra perspectiva, con otra amplitud, pero por sobre todo, poder mirarlo con otros.
Expresamos claramente nuestra voluntad de construir un movimiento, una opción, un espacio nacional alternativo al bipartidismo. Cada fuerza deberá hacer su aporte. Nosotros, nuestro compromiso social y nuestro desarrollo territorial. Esta es nuestra forma de construcción, nuestra historia, nuestra decisión y será nuestra contribución principal, porque en nosotros el territorio siempre es el espacio de desarrollo comunitario, el reaseguro principal en la implementación de las políticas.
Sabemos que otras fuerzas, potenciales aliadas o cercanas con las que dialogamos y con quienes vamos a procurar un frente, un acuerdo, una confederación o lo que el conjunto considere oportuno, no son iguales a nosotros, tienen otros desarrollos, otras construcciones, otra trayectoria en la que han tomado distintos acuerdos y compromisos. Las cosas no comienzan cuando nosotros llegamos. Sin embargo, si insistimos en potenciar las diferencias pretendiendo construir solo con “los iguales”, vamos a reincidir en anteriores experiencias de terceros partidos débiles, recelosos y escasamente estructurados..
Nunca seremos iguales a otros, ni siquiera, en el tiempo, seremos iguales a nosotros mismos. Hoy nuestra fuerza es territorio de heterogeneidad, desarrollos distintos, opiniones diversas, nos une y nos identifica nuestra lealtad, honestidad, y compromiso con las causas populares, pero de ahí para adelante, tenemos distintas miradas no tanto en el análisis sino, principalmente sobre cuales

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deben ser los caminos más aptos para resolver los problemas de la gente. Una diversidad que no ha sido un obstáculo para crecer. Lo mismo ocurre en otras fuerzas del campo popular..
Es un inmenso desafío y algunos compañeros manifiestan preocupaciones: “mantenernos en nuestro propio espacio es más seguro”, “estamos poniendo en riesgo nuestra identidad y nuestros principio para terminar en poco más que un rejunte”. Puntos de vista que seguramente repiten en otros espacios políticos
Estamos convencidos de nuestra posibilidad de encontrar alternativas al amontonamiento y también a la diáspora. Necesitamos implementar para adentro de nuestra fuerza en construcción, las mismas estrategias que proponemos para alcanzar consensos plurales en la conducción del país. Esto es: institucionalizar las formas de democracia participativa y vinculante que permitan a nuestro espacio resolver las diferencias sin destruir a quienes piensan distinto, apertura para el disenso, formas directas o semidirectas de escrutar la voluntad informada de los compañeros para saldar con mayorías significativas, nuestras diferencias. Ese es el camino, no es arrancar entre iguales, sino trabajar procesos democráticos de sucesiva y creciente consolidación de la fuerza
Desde luego, unir en un proyecto político a sectores diversos es un esfuerzo, caminar juntos, compartir logros y fracasos, pero por sobre todo es poner en acción una fuerte voluntad de priorizar la construcción compartida porque en todos anida la convicción de que en nuestro país es posible refundar la esperanza, concretar una nación justa, igualitaria, equitativa, incluyente, solidaria y libre si somos capaces de construir ese tercer movimiento histórico que nos debemos para sostener las luchas populares, aunar esfuerzos, salir del aislamiento y organizarnos, porque solos no podemos. Un movimiento nacional no es patrimonio de un único sector, aunque puede impulsarlo y hasta convertirse en “el alma” del proceso.
Nuestro camino comienza por respetar seriamente a las demás fuerzas. Respetarlas como respetamos y consideramos a las figuras, las personalidades relevantes, de conductas transparentes, honestas y coherentes que integran esos espacios, los nuestros o cualquier otro compatible con nuestros proyectos, propuestas y estrategias. Esa es una riqueza más que ponemos a disposición de la comunidad en un tiempo político en el cual esa clase de ciudadanos es poco frecuente. Es una cualidad, un aporte significativo, que sin embargo no deben pensarse en reemplazo de las instancias institucionales de participación, democracia y debate que además de saldar diferencias nos permita producir propuestas, estrategias y definir quienes serán nuestros candidatos. Todas las fuerzas tenemos excelentes compañeros con experiencia y trayectoria, todas estamos obligadas a proponerlos, a ofrecerlos, a brindarlos generosamente para la construcción colectiva, son propuestas no condiciones, ni “aprietes”. No podemos caer en los tradicionales vicios de la partidocracia nacional.
Nuestra principal herramienta es la construcción del consenso político alternativo. No procuramos crecer en la permanente descalificación de otros partidos o poner el acento en una propuesta “anti”. Tenemos disidencias muy fuertes con el oficialismo y con la oposición, sin embargo somos capaces de reconocer sus errores o sus aciertos en camino a encontrar alternativas que mejoren las graves situaciones sociales que enfrentamos y afianzar nuestra propia fuerza en el imaginario social.
Nuestro antecedente más significativo es la Constituyente Social. Un espacio promovido desde la CTA dirigido a enfrentar las graves penurias laborales y sociales que se sostienen en medio del significativo crecimiento económico de Argentina y expresan claramente como se ha producido el fortalecimiento de los sectores de poder económico y sus aliados políticos, a expensas de la cooptación, el vaciamiento o la pérdida de sentido que vienen deteriorando a muchas organizaciones sociales.


La Constituyente Social impulsa la reconstrucción de un campo de fuerzas popular capaz de refundar el sentido de las prácticas políticas revirtiendo la injusticia social, la concentración escandalosa de riqueza y la colonialidad cultural que las sustenta. Procura la mayor síntesis posible de fuerzas sociales populares en una convergencia plural, democrática y participativa capaz de gestar una nueva institucionalidad, impulsando simultáneamente un nuevo escenario nacional, latinoamericano y mundial (la globalización deja poco espacio para procesos aislados).
Un movimiento político, social y cultural de liberación dirigido a la construcción crítica de poder social que nos incluya y nos ayude a diseñar también alternativas electorales propias capaces de sintetizar la resistencia social y cultural que siguen gestando los sectores populares
Una Constituyente Social que trascendiendo la fuerza defensiva acumulada allá en el 2000 por el FRENAPO, se dispone a la construcción de un poder propio, legítimo y posible con capacidad transformadora.
En síntesis, aunar esfuerzos, potenciar los consensos, conformar una fuerza que se vaya consolidando en sucesivas etapas de acumulación, hacia ese tercer movimiento histórico que le debemos a nuestro pueblo.
Los viejos partidos
Es evidente que las crisis económicas, políticas, sociales y culturales cruzadas que vivimos, vienen a profundizar las graves carencias de nuestra anterior partidocracia hoy totalmente incapaz de promover alternativas a la pobreza, al hambre, al debilitamiento de la clase trabajadora, la ausencia de una burguesía nacional o la cooptación mercadista de sus cuadros más significativos otrora defensores, desde distintos espacios, de la soberanía nacional, el desarrollo con inclusión, la justicia distributiva, o la institucionalidad democrática. Se le superponen las crisis locales y globales, potenciándose y favoreciendo el deterioro de la base de sustentación de los viejos partidos políticos que, en su momento, procuraron respuestas a realidades que hoy no existen. Ante la falta de sustentación, las opciones políticas del pasado, se han transformado en maquinarias electorales ancladas en vetustas estructuras, pletóricas de contradicciones, volátiles y especuladoras, que generan a codazos lugares en la estructura política para militantes y allegados o se hacen redactar, por alguna consultora, plataformas políticas que archivan antes de intentar ponerlas en práctica, contribuyendo fuertemente al descrédito de los políticos y la política como instrumento de transformación.
Los movimientos sociales
Este debilitamiento de las opciones políticas tradicionales ha favorecido el crecimiento de miles de organizaciones sociales no gubernamentales que conforman la base de los movimientos sociales y ambientales cuyo accionar va cristalizando en la conciencia popular que resiste la injusticia, se informa y da batalla por sus derechos, aunque sin las articulaciones ni la institucionalidad que podría ayudar a transformar el orden social que muchos directamente no cuestionan, limitándose a los temas puntuales(la basura, la antena, la ruta, el agua, las cloacas o los subsidios). Aún así, son el motor de un protagonismo social, promueven alternativas creativas e iniciativas cuestionadoras del autoritarismo y la inercia gubernamental. Con ellos debemos aprender a desarrollar profundas solidaridades. Podemos ayudar a plasmar en instrumentos concretos los saberes adquiridos y las soluciones que proponen a los problemas que denuncian.


Un acercamiento que nos potencia y nos permite un accionar diferente apoyado en sectores dinámicos que forman parte de la fuerza social necesaria para promover los cambios. Sin idealizar, sabiendo que se trata de actores importantes, que crecen con estrategias distintas a las que usa la política partidaria, incluso como un espacio que aflora ante el notorio déficit político. Un espacio que tiene, como otros actores sociales y políticos, los riesgos de sus propias limitaciones, sus internas y sus contradicciones y sufre, como nosotros, recortes y condicionamientos por parte del poder real. En definitiva, un sector de potencialidades y limitaciones, como el nuestro, con el cual podemos aunar esfuerzos en las cuestiones de interés común.
No basta ganar, hay que construir la alternativa al status quo
Generar el entramado de solidaridades, la confluencia de miradas, el desarrollo territorial, es la clave. No es suficiente construir discursos críticos, comprometer nuestra voluntad y ni siquiera ganar una elección. Necesitamos promover herramientas concretas, soluciones incluyentes, gestadas en la solidaridad y la construcción de poder social. Debemos prepararnos sin ingenuidad para enfrentar la adversidad y las resistencias que genera y seguirá generando el gobernar en sentido popular y justo. En definitiva, gobernar en sentido popular, cambiar los términos de la acumulación, promover el empoderamiento social, es bastante más difícil que ganar una elección. Cambiar la realidad, exige, además de imaginar alternativas, diseñar políticas efectivas y construir las fuerzas necesarias para llevarlas adelante. Fuerza propia para sostener el proyecto y las alianzas compatibles con nuestros principios y objetivos para enfrentar en cada etapa las resistencias que despierta distribuir mejor y recortar privilegios.
Está claro que la complejidad del presente y nuestras propias limitaciones, nos ponen una coyuntura que es también aprovechada por distintos intereses para debilitar intencionadamente las opciones alternativas, para negar la viabilidad del cambio, la posibilidad del pensamiento alternativo y aún para denostar por derecha y por izquierda a quienes trabajamos en esa dirección (la descalificación es fuerte y no ahorran apelativos).
La cuestión es que, reconociendo esa complejidad, nos sentimos capaces de convocar una empatía solidaria y recíproca para trabajar nuevos espacio de identidad que puedan abrir vías alternativas, sacando a la democracia de la formalidad que hoy prácticamente la encasilla en el electoralismo, para darle densidad y sustantividad, para convertirla en un instrumento que controle los poderes fácticos y nos permita superar los problemas estructurales y culturales que instaló el neoliberalismo desplazando a la sociedad.
Una sociedad que no se siente representada, sabe que no es efectivamente consultada ni tiene a esta altura grandes expectativas en la participación, porque advierte la manipulación, porque efectivamente ha sido sustituida por el mercado y porque los acuerdos tramados desde el poder no reconocen ni se dirigen al bien común sino a concentrar aún más las ganancias. Por eso no tenemos salida si no logramos robustecer la democracia hacia una genuina participación informada y empoderada capaz de desarrollar en plenitud la ciudadanía social, la ciudadanía política, la ciudadanía territorial y ambiental, que nos permitan revertir la inercia dándole credibilidad y cuerpo a las posibilidades del cambio..
Y estamos dispuestos también a convocar, alentar, impulsar, la construcción de nuevos paradigmas que consideren y produzcan estrategias concretas para resolver las múltiples ausencias en la política del statu quo alimentado por las dos fuerzas políticas que (con sus variantes) se alternan en el gobierno sin mover la aguja de los intereses corporativos. Fuerzas que se sostienen, a pesar de su fragmentación interna, consolidando la lógica binaria que le cierra el paso a la construcción de nuevas fuerzas.


Terceras fuerzas (estamos forzados a reconocerlo para no repetir la historia) que, la más de las veces, cayeron, por sus propios errores, en la telaraña tejida por el monopolio binario.
Equivocaciones históricas que llevaron, junto a la destrucción de la propia fuerza, a la desesperanza, la pérdida de expectativas y el debilitamiento del impulso social que gesta los cambios. Una situación que hoy comienza claramente a revertirse con la irrupción de una ciudadanía informada, la circulación de saberes críticos y la presencia formidable de los jóvenes
Este tiempo de construcción, estará cargado de reflexión, reconsideración y revisión de los avances y retrocesos individuales o colectivos en los que transcurrimos buena parte de nuestras vidas, pero, en simultáneo, será tiempo de creación y articulación de lo nuevo, de involucramiento, de responsabilidad y de acción concreta para salir del presente escandaloso en que se cruzan carencias y violencias materiales y simbólicas en medio del “crecimiento” sostenido de privilegios para otros sectores que expresan, mejor que cualquier discurso, el accionar errático, superficial, improvisado o corrupto de quienes gobiernan y quienes ejercen entre bambalinas, el poder.
No queremos delegar más y no queremos vivir de la crítica y esperar pasivamente a que otros hagan lo que nosotros estamos en condiciones de hacer o, al menos, ayudar a hacer.
Tenemos por delante una tarea desafiante, paciente y ética en la cual la medida de los avances en la construcción alternativa, la dará el proceso de cambio cultural que seamos capaces de advertir, dinamizar, ayudar a visibilizar y encausar.
Deberemos revisar nuestras propias concepciones para dotarnos de nuevos sentidos capaces de albergar los principios y fundamentos que son la matriz de nuestro pensamiento, los valores que nos guían, las convicciones que nos reúnen y son la razón de ser de nuestras prácticas antes, ahora y para adelante.
No hay una receta ni un único camino para construir unidad y fuerza organizativa en el campo popular. Nuestro desafío es ser capaces de alentar un debate horizontal y profundo entre nosotros, aprender a vivir las diferencias como riqueza y no como un problema. Las distintas visiones enriquecen las alternativas posibles frente a las realidades complejas que enfrentresmos.
Estamos convencidos de que hay espacio, hay posibilidades y oportunidades para generar políticas que incidan positivamente en la realidad...
El conflicto y las resistencias sociales crecen. Se nutren en reclamos, movilizaciones, conciencia crítica, visibilidad de problemáticas étnicas, de sexo, de género, de edad, de ambiente, de estatus…, y favorecen la emergencia de fuerzas alternativas
Denunciamos una realidad adversa, señalamos los escollos más fuertes y buscamos esas alternativas para enfrentarlos.
En esa búsqueda tenemos convicciones fuertes
Resolver el déficit democrático fortaleciendo la alianza estado/sociedad
Las democracias que construimos en América Latina con tanto esfuerzo, padecimiento y tanto costo social, muestran sin embargo como los resabios del pasado lograron condicionarlas a partir de la estructura política, social, económica y cultural que las contuvo. La esperanza democrática está empañada con el resultado insuficiente de estas últimas tres décadas. No hubo crecimiento con equidad, ni distribución justa, se han desestructurado las anteriores formas de acción colectiva, ha crecido la desigualdad. Las instituciones son deficitarias y los pilares de una nueva institucionalidad no se han construido. La vorágine de situaciones conflictivas que azotan a la sociedad no tiene paragolpes.
De la democracia de masas que giraba en torno a un proyecto político, pasamos a la democracia de opinión que atiende en la coyuntura los temas que tienen visibilidad mediática. Una visibilidad en la que la opinión publicada ha sustituido a la opinión pública. Lo que no se publica, no existe.
Una situación en la que incide notablemente el debilitamiento de los Estados en correlación directa con la presión internacional con el endeudamiento monstruoso, los convenios multilaterales, las operatorias de los organismos de crédito manipulados por el capitalismo depredador y las propias debilidades nacionales (las respuestas de Argentina no fueron iguales a las de Uruguay, Bolivia o Brasil). Esta realidad fue alejando la esperanza de un proyecto social humanista y sienta las bases del descrédito, la desmotivación y mayoritariamente la pérdida de confianza en las herramientas políticas de la democracia.
Es cierto que la dinámica y la capacidad de cambio que tiene el modelo capitalista es profundamente acelerada y sustantivamente distinta a la posibilidad de transformación y cambio en la dinámica social, por lo que ningún liderazgo democrático puede producir cambios estructurales en la organización social y política con la celeridad que demanda la vorágine de emergencias generadas por los sucesivos “avances” y las réplicas de profundas crisis generadas por el capitalismo.
Las limitaciones se agravan si no se ha consolidado un poder propio y articulaciones sólidas con las fuerzas afines para sostener, en cada etapa, los cambios que se impulsan.
Hemos visto reiteradamente como los cambios propuestos por fuerzas alternativas aún las que alcanzaron el triunfo electoral, son fagocitados por una combinación de debilidades propias y presiones fácticas.
Para nosotros el elemento clave que opera a favor de las viejas estructuras, aún en presencia de gobiernos “democráticos y populares” es la absoluta insuficiencia de participación, protagonismo y empoderamiento social capaces de controlar en simultáneo los aparatos y las instituciones autoritarias que ordenan la vida de la gente y los poderes fácticos (mercados, iglesias, grupos económicos, mafias, medios de comunicación, organismos de crédito, etc.) que mimetizando continuamente sus estrategias de dominación, consiguen desplazar la voluntad popular. Dominación tradicional: explotación de clase, burocracia y brutalidad del poder político, que, sin desaparecer, se renueva en estrategias que aumentan la indefensión social como son la apropiación de conocimientos, el uso de los medios, las tecnologías, los monopolios, la deuda, la volatilidad económica… frente a las cuales las democracias aparecen insuficientes, inoperantes, impotentes o directamente cómplices.
Es por eso que las relaciones entre Estado y sociedad deben ser refundadas. Las muevas y viejas conflictividades y las demandas sociales no deben ser atemperadas o puestas en sordina mediante políticas asistenciales (en el mejor de los casos) o directamente clientelares gestadas sin participación, que no desembocan en trabajo productivo, ni desarrollo local, refuerzan la ausencia de protagonismo y desaprovechan la creatividad social, aunque se traduzcan en ventajas electorales.
En la globalización, las democracias están acotadas por los poderes fácticos, pero sustantivamente por los mercados que distorsionan la capacidad de decisión de ciudadanos y representantes. Sin una alianza estratégica entre ambos, el ejercicio de la ciudadanía y el fortalecimiento de la democracia son puramente formales.
Durante la década de los noventa el neoliberalismo entregó a manos privadas la riqueza nacional acumulada por nuestro pueblo y los instrumentos clave del desarrollo nacional (empresas públicas, bancos, medios de comunicación, transporte, tierras…) enajenando las ventajas del crecimiento y debilitando al Estado cuyos políticos se convirtieron en gendarmes de los intereses de los grupos económicos que pasaron a ejercer, como dice Noam Chomsky, “el gobierno de facto empresario” deteriorando gravemente la capacidad de incidencia de las organizaciones sociales y políticas.
Salir de estas relaciones de sometimiento implica generar un nuevo orden social, político, económico y cultural, basado en un nuevo consenso histórico, participativo, plural y dinámico que revierta esta debilidad en la relación estado/sociedad en la que se forjan desigualdades crecientes, nuevas pobrezas y exclusión. Alentar la participación sustantiva, construyendo democracias de alta densidad como antídoto al autoritarismo institucional o fáctico. Legitimando las políticas que orientan su funcionamiento a resolver con participación los problemas sociales.
Es importante señalar el rol estratégico que cumple la información en la construcción de conocimientos alternativos y en la posibilidad de una participación social informada.
Alentamos cambios profundos en el Estado en consonancia con los cambios operados en la sociedad, en la economía, en las relaciones interpersonales, en el trabajo, en las formas de representación, en los actores sociales.
Validamos y defendemos el Estado nacional, pero en modo alguno compartimos su actual evolución. Necesitamos otro Estado para otra Nación y otra Nación para otro Estado, porque estas instituciones modeladas por el Consenso de Washington que ayudaron a la desaparición del estado de bienestar y a consolidar la corrupción, deben ser reemplazadas para dar cabida al protagonismo social y las múltiples formas y mecanismos de consulta y participación vinculantes para hacer lo que hay que hacer, para regular las nuevas y viejas formas de producción y consumo, para construir conocimientos pertinentes, para tener una visión articulada de la complejidad y diseñar soluciones consensuadas. Para establecer también relaciones democráticas más allá del espacio político: relaciones sociales, culturales, económicas, familiares…democráticas
Una situación que no se revierte planteando que la única solución es reestatizar. Si el Estado no cambia corremos el riesgo de cambiar únicamente la titularidad del explotador. Lo vemos cuando se produce la estatización de bienes y recursos. Si los modos y criterios de explotación y comercialización siguen siendo los definidos por el mercado, los propios Estados terminan siendo parte del saqueo, la depredación, la contaminación, la explotación.
Queremos ser claros, convalidamos el fortalecimiento del Estado, un fortalecimiento sostenido en una democracia real, participativa y sustentable y en un plan estratégico en el mediano y largo plazo para alcanzar el desarrollo sostenible desde lo político, lo social, lo económico y lo ambiental y rechazamos el estatismo que solo incorpora un nuevo actor al mercado sin morigerar nunca las formas predatorias de su evolución. Recuperar el Estado consolidando la democracia capaz de producir nuevos sentidos, cambios sustantivos en la distribución de la riqueza y acceso a los bienes sociales materiales y simbólicos que la nación produce (salud, trabajo, educación, vivienda, alimentación, servicios…)
Cambios en las herramientas de participación y consulta vinculante institucionalizada que ya han sido incorporados en las reformas constitucionales de muchos países de América Latina.

Afianzar las relaciones latinoamericanas


Partimos de una certeza: América Latina no ha alcanzado aún su emancipación. Algunas naciones avanzan a paso más o menos firme en la dirección correcta, en tanto otras siguen profundamente golpeadas por el pasado reciente. Un pasado sostenido por fuertes resistencias locales y trasnacionales.
Sintéticamente: El multilateralismo que en estos tiempos avanza lijando las anteriores polaridades, lo hace en simultáneo con un capitalismo que redobla su hegemonía más allá de su efectiva localización física dentro o fuera de los países del norte (las bocas de expendio se multiplican sin alterar los procesos de dominación). El capital, sus especulaciones y ganancias circulan a su antojo por un mundo que diluye sus fronteras según las conveniencias de las multinacionales favorecidas por la eliminación de trabas, requisitos y controles. El resultado es la globalización de sus intereses, la transnacionalización de sus producciones incluyendo industrias estratégicas: información, alimentos, armas, medicamentos, su comercialización, bancos, financieras y crecientemente, el crimen organizado y sus múltiples estrategias de “blanqueo”.
La población es blanco de todas sus estrategias, particularmente las dirigidas a la cooptación y la sumisión tanto en lo cultural/ideológico como en los procesos que hegemonizan las formas consumo conforme a los intereses del mercado multifocal apoyado desde la política, la ciencia y la tecnología. Un accionar global que orada a favor de sus intereses, negocios y negociados, las identidades y autonomías nacionales.
Una realidad que refuerza nuestra convicción sobre la absoluta, imperiosa, necesidad de robustecer y reorientar el escenario regional latinoamericano. No es solo firmar acuerdos y convenios para agilizar y articular mercados, compartir Cumbres o establecer criterios de no agresión y reciprocidad, América Latina puede y debe avanzar en acuerdos sustantivos, en la unidad de sus pueblos, en estrategias emancipatorias que ayuden a frenar la voracidad de los mercados y consoliden la unidad latinoamericana.
La transnacionalización económico/financiera que señalamos, está sostenida en la autonomía de los intereses de los grupos económicos respecto a los intereses de los espacios nacionales, de sus comunidades, sus derechos, sus bienes comunes, su medio ambiente y otros enclaves sustantivos a la hora de impulsar un verdadero desarrollo. Así como los mercados circulan globalmente sus privilegios, los pueblos necesitamos articular mundialmente nuestros derechos sabiendo que resulta claramente insuficiente controlar la voracidad saqueadora estableciendo reglas en una sola Nación. Un solo ejemplo: ¿Cuántas veces las reglas unilaterales establecidas en un Estado operan a favor de la relocalización de emprendimientos en países vecinos? ¿Es esto lo que buscamos? ¿Disputar entre nosotros la flexibilización de los límites para atraer depredadores?
América Latina tiene una larga historia de luchas antiimperialistas. En algunos casos cristalizaron en proyectos nacionales y populares en varios países hermanos sobre todo a mediados del siglo XX. En Argentina, fue durante el peronismo que se logró un significativo avance en el Estado social de derecho, en la distribución del ingreso y en la justicia social sostenida en los derechos laborales y la industrialización local. Afianzó la cultura nacional y popular y tomó distancia de la bipolaridad internacional de la “guerra fría”. Un proceso fuertemente popular truncado acá y en otros países del continente por la confluencia de la dictadura militar genocida, las oligarquías vernáculas y el imperialismo del Norte. Un proceso de exterminio humano y retroceso social, económico y cultural del que salimos con inmensas bajas y costos gravísimos. Sin embargo el golpe de gracia al proceso se lo propinó paradójicamente el neoliberalismo neoconservador surgido de las urnas: la mayor derrota de las últimas décadas. Avanzó fracturando solidaridades, destruyendo ideologías, desapareciendo la producción nacional, saqueando el Estado desde las privatizaciones y el endeudamiento. Así, en lugar de la nación y la región que procurábamos construir, con dificultades, desde las guerras de la independencia, nos convertimos en un ejemplo mundial de retroceso, saqueo y explotación neocolonial. A pesar de todo, porfiadamente, América Latina comienza a recuperar su identidad y se afianza en gobiernos populares con mayor autonomía. Con diferencias, con recelos, insuficientemente institucionalizada y golpeada, camina procesos cualitativamente diversos con una mejor capacidad para el desarrollo de resistencias al remozado imperialismo. Ocurrió en el rechazo al ALCA, en los rápidos reflejos para sostener a los gobiernos de Bolivia o Ecuador, en la consolidación de procesos electorales, en la resistencia a las dictaduras militares o en el cuestionamiento al intervencionismo. Mejora solidaridades continentales y favorece (entre otros) el surgimiento de nuevas demandas alrededor de: la identidad de los pueblos indígenas y campesinos, la igualdad de las mujeres, la protección de la niñez, la defensa de los bienes sociales, el rechazo a la contaminación, el sostenimiento del derecho ambiental, el protagonismo social, el juicio a los genocidas, o la lucha por la redistribución del ingreso.
América Latina procura transitar, reafirmando su historia, caminos de liberación y allí tenemos que estar con las dos manos para proteger a nuestros pueblos, para avanzar en la justicia social, en la autonomía política, en el desarrollo local y regional sustentables, para enfrentar el saqueo y la depredación de nuestros bienes, para resistir los proyectos de “integración” que encubren, como el IIRSA, redes de infraestructura financiadas con recursos públicos para facilitar los procesos de acumulación y saqueo.
Los países de América Latina estamos frente a una oportunidad histórica para avanzar en un proceso de cambio. La sucesión de crisis económicas recurrentes que sacuden a la región y al mundo, señalan el agotamiento del modelo de globalización neoliberal y su patrón de funcionamiento. El modelo se encamina a un proceso acelerado de deterioro, que cuestiona, con profunda rigurosidad, la idea del “fin de la historia” levantada para descalificar resistencia y diluir identidades. Es sin duda el fin de ESA historia. Buscamos salidas humanas a las crisis y su horroroso saldo, salidas anti modelo, en otra dirección, en otro sentido, acuñadas en amplias solidaridades nacionales e internacionales.
Generar y distribuir riqueza
Vivimos en un modelo que mide la actividad económica con total prescindencia del bienestar y sostiene una magra distribución de la riqueza acotada incluso por cada crisis económico/financiera. Para atenderlas, los gobiernos rascan el fondo de la lata financiando el salvataje a Bancos y Financieras, (gestores coresponsables de las crisis) que reviven con los fondos succionados recortando derechos y políticas sociales.
Pasó en Argentina y en otros países de América, en Asia donde los “tigres” fueron condenados a la liquidación de sus activos y al extremo debilitamiento de las estructuras del Estado (por simple especulación y circulación intencional de rumores falsos), pasa hoy en Europa y seguirá ocurriendo mientras siga creciendo el descontrol sobre una economía especulativa totalmente desenganchada de la economía real y que favorece además una economía ilegal globalizada corrupta y delictiva (que va desde el tráfico de drogas, armas, personas, o mercaderías contrabandeadas o robadas, al avance de la llamada economía sumergida de trabajo “en negro”, evasión tributaria, mercaderías truchas…) que continúa expandiéndose, tolerada y hasta incluida en el llamado “crecimiento”, y “blanqueada” a niveles que es difícil establecer por su propia clandestinidad, aunque varias opiniones relevantes coinciden en que supera holgadamente el 20% del PBI mundial.
El resultado es hambre, absolutamente incomprensible en Argentina salvo por su capacidad -lo mismo que la desigualdad- de someter y disciplinar a favor de los grupos dominantes, en un país que no solo no es pobre sino que reúne condiciones sobradas para resolver con absoluta eficacia pisos de distribución absolutamente compatibles con la dignidad humana, pisos que, simultáneamente modificarían los mecanismos de explotación. Una situación que visibiliza en toda

su crudeza los intereses involucrados para mantener estas condiciones que junto a la discriminación, la arbitrariedad, y los evidentes privilegios, es caldo de cultivo para los peores procesos de fragmentación social y desemboca ora en una verdadera lucha entre pobres como en situaciones aberrantes de deterioro social, ético, económico, cultural y material de grandes sectores sociales excluidos de los bienes materiales y simbólicos, del trabajo y de los derechos.
Una situación en que eclosionan identidades suprimidas y necesidades irresueltas como resultado de la pérdida de valores, de la corrupción abarcadora de corruptores y corrompidos y la ya señalada ineficiencia política, se presta para que los sectores reaccionarios ratifiquen su planteo de recuperar el “protagonismo del Estado” dirigido a la mano dura, el control y la firmeza política selectivamente aplicados al delito violento contra la propiedad, mientras se sostiene la estructura económica y el delito de guante blanco que lo engendra. Procuran recuperar su rol de gendarme a favor de los grupos dominantes. Una situación que vemos a diario y que, en muchos casos ha favorecido la reaparición o el crecimiento de diversas variantes de xenofobia y racismo. No queremos engañarnos, el planteo de recuperar el rol del Estado que hacen estos sectores nada tiene que ver con la posibilidad de un Estado regulador, árbitro, promotor y tutelar de derechos, garantías y seguridades para todos y especialmente para los más débiles, un estado al servicio de la justicia social, el desarrollo sustentable e incluyente.

Ni estado bobo ni cómplice.

Por eso la distribución justa de la riqueza (tierra, bienes materiales y simbólicos, ingresos, ganancias…) es parte sustantiva de nuestra propuesta, porque está asociada tanto al desarrollo efectivo de la justicia redistributiva como a las posibilidades de paz y de efectivo desarrollo sustentable desde lo social, lo político, lo económico y lo ambiental que solo es posible si nos planteamos el reordenamiento del sistema económico vigente sobre la base de la igualdad efectiva de oportunidades y posibilidades.
Una igualdad que debe incluir el reconocimiento y respeto a las distintas identidades y capacidades y el acceso pleno a los derechos, garantías, bienes y servicios que aseguren mediante políticas públicas el equitativo desarrollo de la comunidad y la universalización efectiva del acceso a la educación, la salud, la vivienda, el agua, el saneamiento y la seguridad social.
La economía capitalista levantada como única verdad, no solo aleja las posibilidades de un proyecto social humanizante, genera una dinámica de producción que nada tiene que ver con los ciclos de la naturaleza humana ni los del resto de seres vivos del planeta arrasados, sometidos, desaparecidos. Esto se traduce en pérdida de biodiversidad, en destrucción de hábitats, en erosión, en desertificación, en polución y contaminación cuyos niveles han puesto en riesgo la vida misma en el planeta que se calienta sin pausa y desciende su fertilidad y capacidad de producción lo mismo que un trabajador explotado durante muchos años. Actividades que recortan la diversidad biológica y también la diversidad y pluralidad social, homogenizando conciencias, productos y demandas que desaparecen alternativas productivas, sociales y políticas
Mencionamos algunas claves del proceso de democratización de la economía que van desde cómo se genera el ingreso a como se distribuye.

Partimos de:

- Revisar y establecer un nuevo régimen tributario justo que grave la riqueza sin excepciones a favor de los grupos concentrados y alivie la presión sobre los sistemas de producción limpia;

- Rediscutir y rediseñar la coparticipación federal;

- Impulsar en el Congreso el debate que incluya al menos: la legitimidad de cada tramo de la deuda externa, la investigación sobre las maniobras fraudulentas con las cuales se desviaron los fondos ingresados a cuentas en el exterior, el freno a la extranjerización de la economía, la tenencia de la tierra y los bienes sociales, la reforma agraria;

- Restablecer el ejercicio de la soberanía del Estado sobre las fuentes de energía y los bienes comunes que deberán ser protegidos y cuidados para asegurar su renovación, evitar la explotación irracional y preservar la biodiversidad;

- Sostener modelos de producción y consumo sustentables, desde lo ecológico, lo político, lo económico y lo social;

- Avanzar en la industrialización que nos aleje de la dependencia y de la exportación de comodities y producción primaria

- Afirmar la soberanía alimentaria;

- Controlar la contaminación y priorizar la restauración de los ecosistemas dañados;

- Proteger y apoyar las economías populares y el desarrollo de economías regionales;

- Asegurar el trabajo decente y verde, salarios y condiciones justas, protección a la salud y ejercicios efectivo los derechos económicos y sociales establecidos en la Constitución Nacional;

- Impulsar fuertemente la cultura nacional, sus producciones y desarrollos locales

Desde luego habrá resistencias no solo por parte de los favorecidos por el actual sistema sino también desde los sectores medios tecnoburocráticos y políticos que se declaran progresistas pero tienen miedo a los cambios que pudiera tocar también sus situaciones de mediana estabilidad.
La pobreza y la injusticia han puesto a convivir en un mismo tiempo y un mismo territorio a diversos mundos civilizatorios, una disparidad diluida, desaparecida o desplazada por elementos simbólicos y mediáticos que operan la ilusión de vivir en una misma sociedad que es además la única posible, la única vivible incluyendo sus desigualdades cuyas sombras se proyectan sobre todos los terrenos de la vida social, entre otros: salud, educación, vivienda, seguridad, alimentación, saneamiento, cultura. Diferencias que desde la prédica mediática se naturalizan y se imputan a las responsabilidades individuales de las víctimas y desde la política se ponen en stand by, a la “espera de un crecimiento que permitiera redistribuir” o se “atienden” en la emergencia con políticas asistenciales. Nada planificado, nada estructurado, nada organizado para revertirla.
Devolverle a la política su vínculo con el buen vivir
Esto es recuperar el ejercicio del poder en búsqueda del bien común.
Nos proponemos construir un espacio político nacional, una fuerza política, que articule la sociedad y sea capaz de generar una nueva correlación de fuerzas que le devuelva a la política posibilidad de incidir en la realidad con sentido nacional y popular profundamente sustentables.
Como lo vemos el proceso es: conocimiento, creatividad y acción sostenidos en la convicción de que las cosas pueden modificarse abandonando el imposibilismo que oficia como verdadera barrera cultural al cambio.


Salir con nuestras mejores expresiones, nuestros mejores compañeros, buscar las mejores referencias sociales para adecentar la política y rescatarla de la descalificación en que ha caído por la perversa práctica de muchos. Ofrecer lo mejor para salir del contrasentido que nos plantea el sociólogo Aldo Isuani:”algunas miradas se apoyan en la denuncia y permanente descalificación de la clase política corrupta e irredenta que surgiría, inexplicablemente, de un pueblo maravilloso. Un pueblo tan increíble que, además, exige respuestas morales a personas en quienes no cree, de quienes sospecha, y las que vota una y otra vez. Según esta mirada la política tiene la particularidad de extraer y concentrar todo lo malo que tiene la sociedad dejando a todos los buenos del lado de afuera. Descalifican la política y a su vez le transfieren la responsabilidad del cambio que supuestamente no se produce por corrupción unilateral de los dirigentes sin que los grupos económicos ni las sociedades tengan alguna responsabilidad.
Salir de este absurdo significa construir los nuevos espacios y los nuevos medios para hacer política con los mejores compañeros, generar nuevos vínculos con los partidos, con la sociedad, con la ciencia, con las tecnologías, con las organizaciones sociales y sobre todo con la verdad y la justicia. Son cambios profundos que no dependen del voluntarismo de un grupo. Es crear otro imaginario y una correlación de fuerzas que lo haga posible. Un sector dinámico capaz de llevarlo a la práctica.
Es bueno recordar que la política no selecciona y verifica sus efectos sobre el conjunto de la población, que a su vez, “hace política” por presencia o por ausencia. Todos hacemos política particularmente los indiferentes que coadyuvan a consolidar los peores procesos de dominación forzando simultáneamente al sujeto protagónico a redoblar la militancia. Nuestro espacio necesita visibilizar el costo social de la “indiferencia” y apoyar la formación de nuestros compañeros de cuyo esfuerzo depende sustantivamente nuestra construcción.
Para cambiar, hay que cambiarse, tener nuevas categorías de análisis, nuevos métodos, nuevas miradas, nuevas agendas. Diversificar las perspectivas, pensar multidisciplinariamente, construir inteligencia colectiva, liderazgos horizontales, no tenerle miedo a la política ni a las ideologías, comprender, comunicar, tratar de anticipar la realidad en medio de las complejidades y contradicciones del presente, construir miradas sistémicas, integrales. Esto es generar un nuevo paradigma político.
No se trata de resolver todos los problemas o tener una originalidad absoluta, es más bien una actitud para analizar la realidad con honestidad intelectual. Poner el conocimiento y la inteligencia en tensión creativa para fundamentar, argumentar, aclarar, ratificar o corregir la acción concreta que nos proponemos.
Y cambiar la política es también plantearnos que desde el gobierno hay que salir de la continua improvisación. En las últimas décadas la política nacional ha sido un escenario de una carencia severa en materia de planificación estratégica impidiéndonos avanzar de modo sistemático y sistémico en un sentido incluyente, sostenido y sustentable.
Es indispensable construir estrategias integrales concretas en procesos de inmensa complejidad, alta volatilidad y fuertemente interrelacionados. Son herramientas básicas para orientar las acciones, las obras, la producción, el consumo, la educación, la cooperación y el desarrollo social, que permiten establecer prioridades, etapas, organización, compatibilidades y recursos para alcanzar los objetivos propuestos.
Acordar un proyecto estratégico dúctil que nos permita corregir deficiencias, mejorar la previsibilidad, es la clave para evitar que vivamos vapuleados por lo inesperado y asediados por fracaso. Es tener proyectos alternativos y ser capaces de generar instancias de participación comunitaria y social ágil a la hora de reducir las diferencias entre la realidad y las aspiraciones, propósitos y objetivos de la política nacional.



Un proceso de evaluación permanente para permitirnos reconocer tempranamente las dificultades, proyecciones y tendencias y una dinámica de consenso democrático para sostener los ejes de la planificación.
No es posible pensar la planificación estratégica sin trabajar la posibilidad de consensos que sostengan las políticas centrales de la nación, como políticas de Estado y no simples decisiones de un partido gobernante.
Abrir espacios al debate y la participación, nada de relaciones radiales ni círculos secretos. Debate horizontal sin preconceptos y con profundo respeto a todas las opiniones y miradas
Un partido político es una construcción en la que nadie está mejor posicionado por sus títulos o por su coeficiente intelectual, sino por su capacidad de tomar distancia de las visiones aceptadas y las prácticas reiteradas.
Actuar con la humildad que la gravedad de la situación social exige, sin grandilocuencias ni soberbia, sin certezas descalificadoras, sin fanatismo. El fanatismo de afuera no se combate con fanatismo, solo con sabiduría y avanzando respetuosamente hasta el límite de lo consensuado.
Reconstruir la esperanza, la convicción y el entusiasmo son nuestras mejores herramientas
Y organizarnos, porque si no nos organizamos, gana el mercado.
La apatía de algunos y la resignación de otros sostienen el sentido hegemónico inhumano en que vive la sociedad.
Los militantes de nuestro espacio, tenemos trabajo o medios de subsistencia, crecimos en una Nación que nos incluía, por todo eso, tenemos posibilidades concretas de salir de la apatía, de la resignación, sabemos que Argentina puede estar infinitamente mejor, y nos disponemos a contribuir comprometiendo el esfuerzo, la voluntad, el entusiasmo para ayudar a cambiarla..
El freno a la locura inhumana no se hace por telepatía, requiere seres humanos comprometidos en remover obstáculos, en desmitificar, en promover alternativas, en evitar fracturas, en educar….
Desde ya una ruptura final significa el comienzo de un cambio sustantivo que va mucho más allá de cambio en los partidos políticos, que apunta a la economía, a los procesos de acumulación, al rol de los Bancos, a la economía informal, a la educación, al conocimiento, a la información, a la sustentabilidad, a la eliminación del hambre y la pobreza. Es la posibilidad de convertir las necesidades en derechos, pero en todas y cada una de estas y otras variables, la política ejerce y efectivamente puede ejercer todavía una influencia notable, claro que queremos hacerlo en una dirección, en un sentido diferente del actual.
Cuestionamos los resultados de la política, la corrupción que la penetra, la indiferencia que practica sobre las acuciantes realidades sociales, pero es un instrumento que puede y debe ser recuperado para la apoyar, gestionar y consolidar el cambio social.
Promover un proyecto alternativo y en el camino atemperar y condicionar las negatividades de quienes conducen la política.
Apoyarnos en acciones diversificadas para influir, para recuperar terreno en el ejercicio de los derechos humanos, civiles, sociales, políticos, económicos, ambientales, para sacar de la opacidad a las políticas de turno, y los hilos que la conducen desnudando las interferencias del poder económico o cualquier otro poder fáctico y los enclaves autoritarios.

Tenemos responsabilidades y posibilidades. Por acción u omisión podemos ser parte del cambio o de la continuidad.
Para esto fundamos esta fuerza, para esto vamos a trabajar juntos, por eso convocamos ampliamente a la sociedad, vamos a organizarnos de modo que podamos conducir nuestro propio destino.
No haremos falsas promesas ni ofreceremos la solución a todos los problemas. Esa es una tarea común que nos incluye pero nos excede.
Ofrecemos una trayectoria de lucha que nos ha permitido resistir, y detener, tomar conciencia de nuestras limitaciones, pero también de nuestras posibilidades.
Ofrecimos a los trabajadores opciones a la entente sindical/patronal, la mayoría de los compañeros que integramos esta Corriente, hemos sido parte en la fundación y hemos trabajado firmemente por la consolidación de la CTA, la central que recuperó la dignidad de los trabajadores defendiendo el trabajo decente, que abrió camino a la esperanza de millones de compañeros arrinconados por el neoliberalismo depredador, que adecentó las prácticas sindicales y realizó una práctica sindical transparente, solidaria y autónoma que nos permitió, entre otros logros: detener el remate de la Educación Pública, sostener y acompañar la lucha de los jubilados, pelear por los compañeros contratados y precarios, por la recuperación del PAMI, por ley de Protección de Bosques y de Glaciares, por el salario familiar para todos, por los barrios carenciados. Resistimos como pocos el, el desmantelamiento del aparato productivo, la apertura indiscriminada de las importaciones, la extranjerización de las fuentes de energía, el remate del Estado, la disciplina a los organismos internacionales de crédito. Acompañamos y fuimos parte en todas las luchas por el restablecimiento de los derechos humanos y el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad, defendimos a los pueblos originarios y nos manifestamos contra todas y cualquier forma de genocidio o etnocidio. Gestamos e impulsamos el FRENAPO como espacio de confluencia social y política cuya principal iniciativa fue la consulta popular por el Seguro de Empleo y Formación de la que participaron más de tres millones de ciudadanos. Generamos también desde la Central la Constituyente Social como espacio plural dirigido a la reconstrucción de un campo de fuerzas popular capaz de refundar el sentido de las prácticas políticas a favor de la justicia social, la inclusión, la distribución de la riqueza y el conocimiento, la participación democrática, y el cambio cultural que deben darle sustento a una Argentina que efectivamente consolide su independencia y que es hoy nuestro mejor antecedente.
Una Central nacida en al mayor adversidad, boicoteada desde el gobierno y las patronales y que hoy a pesar de algunas dificultades propias de la disputa que genera su crecimiento, es para nosotros una esperanza y un ejemplo claro de que “se puede”, aún con dificultades, generar alternativas. Una Central cuya autonomía seguiremos apoyando incondicionalmente más allá de la opción política que hoy transcurrimos muchos de los que la hemos fundado.
Somos muchos militantes, mujeres, hombres, jóvenes y viejos que sentimos profundamente la injusticia social y la frustración colectiva de vivir en una nación que teniendo infinitas posibilidades no resuelve sus problemas de injusticia, corrupción, hambre, exclusión…
Tenemos esperanza y decisión. Nos convocamos y convocamos a todos los que estén dispuestos a poner el hombro en la construcción de una fuerza política que permita al pueblo apropiarse de los resortes que pueden cambiar la realidad.
Cada una de nuestras fuerzas tiene desarrollo local y nexos importantes en otras Provincias. Hoy asumimos inmensos desafíos:
- Derribar todos los obstáculos, reticencia y mezquindades que pudieran entorpecer nuestra vocación de unidad.


- Afianzar nuestra propia fuerza y convocar a las organizaciones sociales y políticas compatibles a sumarse al proyecto.
- Alcanzar desarrollo nacional para ser, ya, también una opción electoral.

Son los primeros pasos que vamos a dar para que la política vuelva a nosotros, al pueblo, para que seamos protagonistas, sujetos políticos desde el lugar que ocupamos en la sociedad.